Si tuviéramos que resumir la historia de nuestra cultura en diez palabras, sin duda la culpa sería una de ellas. Todos tenemos alguna relación con la culpa, consciente o secreta. La culpa define como nos relacionamos con nosotros mismos y con los demás. En nuestra cultura se relaciona el origen de la culpa, en la sensación de vergüenza, de ser visto y juzgado, pero también en la capacidad del individuo para ser consciente de sí mismo y de la noción del bien y del mal.
Dice Michel Foucault que "la idea de ser visto constantemente es lo que mantiene al individuo disciplinado", y ciertamente la culpa es un mecanismo primario de control. Sentimos que nos vigilan nuestros padres, las personas de alrededor, o incluso la mirada omnipresente de Dios, pero el juez más implacable es el que reside en nuestro interior, y de él no es posible esconderse.
La sociedad, la familia, la pareja, espera ciertas cosas de nosotros y la culpa es el precio que se tiene que pagar si se realiza lo contrario. En todo grupo existen una serie de creencias y reglas que conforman su identidad. Algunas son manifiestas, otras implícitas, pero todos las comparten y las reconocen. Cuando se traspasan estos límites puede despertarse el sentimiento de culpa, pues con esa acción se cuestiona la inclusión en el grupo.
Es decir, el sentimiento de culpa nos conecta con el miedo a no ser aceptados, que es quizá nuestro temor más profundo. A nivel emocional la culpa nos hace sentir de nuevo pequeños, como niños reprendidos, ese es el motivo por el que la culpa se ha utilizado tradicionalmente como un mecanismo de control
Algunas personas piensan que la culpa siempre la tienen los demás, de esta manera consiguen librarse de las sensaciones desagradables que genera la responsabilidad. Otras personas, en cambio, prefieren culparse a sí mismas, generando un estado depresivo con baja autoestima, pero ninguna de las dos opciones es buena.
Liberarse de la culpa, no es fácil, pues esta profundamente arraigada en nuestra forma de pensar y en nuestras emociones. Sin embargo, hay algunas pautas que nos pueden ayudar.
Reconocer los sentimientos de culpa:
Un primer paso es analizar con la mayor sinceridad posible, cuales son nuestros sentimientos de culpa y sobre todo en que situaciones aparecen. Algunos sentimientos de culpabilidad están ligados a tabús sociales, otros a dependencias emocionales...Conviene saber distinguirlos y ver en que medida nos afectan a nivel emocional.
Expresar:
Una vez identificado lo que nos hace sentir culpables, puede ser útil comentarlo con una persona de confianza, pues eso nos ayudará a ver con mayor claridad si la culpa tiene una base real o no.
Reaccionar de forma diferente:
En cuanto surja el sentimiento de culpa, se puede reaccionar de forma diferente, o hacer lo contrario a lo que se hace normalmente, pues la respuesta habitual es lo que ha contribuido a mantener la culpa. Por ejemplo: negarse a hacer lo que espera el otro, observar a ver que sentimientos aparecen, o bien intentar una acción constructiva en vez de anclarse en el victimismo.
Reconocer las propias limitaciones:
Muchos sentimientos de culpa se generan por autoexigencias muy elevadas, o por responsabilizarse de asuntos o sentimientos ajenos, en los que la culpa tampoco nos ayuda a encontrar la solución. Aceptar que uno no puede llegar a todo puede ser difícil, pero es necesario. Eximirse de la culpa que impide a una persona hacer realmente su vida a menudo requiere recuperar un mayor sentido de la realidad, a fin de aceptar la responsabilidad que nos corresponde, pero no más.