A todos nosotros nos ha sucedido en alguna ocasión estar pensando en algo o en alguien y que el objeto de nuestro pensamiento se nos manifieste a través de una llamada telefónica, un encuentro fortuito o cualquier otro guiño del destino. Se trata de lo que comúnmente conocemos como casualidad y que C.G. Jung bautizó como "sincronicidad". Este neologismo que quiere decir algo así como "al mismo tiempo" se aplica a las casualidades, a las coincidencias, al misterioso azar.
La sorpresa que causa presenciar una coincidencia ha asombrado al ser humano desde que el hombre es hombre. Es como si en el instante en que nos damos cuenta de una de ellas nos trasladáramos a otra dimensión, a otro plano, en el que percibimos o sospechamos una unión secreta entre todas las cosas, o al menos entre las que conforman nuestra coincidencia.
Las coincidencias nos pueden hacer sonreír, nos pueden molestar y a veces también pueden hacernos reflexionar sobre el sentido de la vida, sobre que es la realidad. La realidad que podemos ver en nuestro mundo es infinitamente más rica y más amplia de lo que a simple vista parece, lo que ocurre es que está oculta, que no es fácil de ver. Unicamente reparamos en algunos detalles que nos parecen inconexos: escogemos, elegimos.
Hay una imagen que me gusta particularmente y que encuentro muy gráfica: el tapiz. Imaginemos la vida como un inmenso tapiz que se ha colocado al revés. Nosotros caminamos encima de él y cuando nuestro ajetreo y nuestro atolondramiento nos lo permiten, lo observamos y vemos que hay hilos unidos entre sí que le dan una cierta coherencia, una unión entre puntos. Vemos coincidencias, pero en la mayoría de ocasiones somos incapaces de entender su mensaje.
Lo primero que deberíamos ver es que todas estas "coincidencias" tienen lugar al mismo tiempo. En la vida ocurre algo parecido, pero no nos damos cuenta. Somos nosotros, o mejor dicho nuestro subconsciente la voz de nuestra sombra, quien elige leer una de esas casualidades y descartar otras miles de ellas. Y al elegir estamos haciendo una criba.
Leer procede de una raíz que significa "elegir". Creemos que cuando leemos estamos incorporando algo de fuera hacia dentro, pero en realidad lo que ocurre es todo lo contrario: estamos proyectando hacia afuera algo que teníamos dentro. Escribir comparte raíz con "cribar", cuando escribimos también estamos eligiendo una posibilidad, haciendo una criba, y descartando miles de ellas. En el acto mágico de la lectura hay siempre una elección; en el de la escritura, una criba.
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